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Quebrando límites

La forma de ver el mundo depende de la perspectiva que cada quien ve, con sus realidades y volúmenes, este es el caso de cómo lo viven los habitantes del resguardo Gavilán Pascua. Muy adentro en territorio del Vichada, con un infinito horizonte de llanura, vegetación poco frondosa más bien pastizales que decoran de verde amarillo el inmenso lugar.

Esta es la segunda de vez que aterrizo en la primavera, Vichada. Un pueblo de aproximadamente unas ocho cuadras a la redonda, vías destapadas y por el efecto de la temporada lluviosa un poco embarradas. Allí me encuentro con Norma, una mujer trabajadora que representa al sector ladrillero del departamento, lidera los únicos Chircales del lugar junto con 7 familias más. Mi encuentro con ella se debe a los lazos que Profesionales Amigos establece con la gente de la región, en este caso, Norma busca organizar un proyecto para realizar la reconversión técnica de sus hornos artesanales, con pinta del siglo pasado pues no usan ni una gota de electricidad, todo el proceso es manual e inclusive la mezcla de material lo realizan en una tolva donde un Caballo jala el molino que da inicio al proceso de fabricación de ladrillo. El tiempo que estuve trabajando con esta mujer me genero una sensación de emprendimiento, pues a pesar de la falta de recursos, la lejanía del lugar y falta de conocimientos técnicos modernos, Norma no se detiene en sacar adelante su proyecto buscando con insistencia el apoyo de entidades que financien o patrocinen dicha intención en pro de la economía de su tierra llanera.

 

El camino continúo en un campero cruzando trochas y barro para intentar llegar al resguardo donde estaría por los siguientes 5 días. El primer intento de acercamiento fue fallido, el caño La Balsa estaba desbordado anegando la única vía de acceso por carro, tuvimos que devolvernos e intentar el paso por Vereditas, conseguíamos con suerte llegar al Rio Gavilán que estaba igualmente crecido por la temporada invernal, pero según lo esperado, allí me recogió una canoa para realizar el paso final dando entrada a territorio indígena, que me recibió lleno de fauna, avistamientos de cientos de pájaros y mamíferos aumentando la perplejidad de conocer la riqueza de estas tierras.

Al cruzar, a pesar que el paisaje seguía siendo la inmensa llanura se sentía que ya no estaban los límites de fincas, si no que ahora era un solo territorio, donde los rostros de las personas tenían un toque similar de ser parientes Sikuani y Piapoco. En moto llegue finalmente a la comunidad de El Progreso, donde me encontré con el resto del equipo.

El progreso, lugar donde se unirían todos por una semana de encuentro con los Profesionales Amigos, allí fuimos un solo ser que pretendía cubrir todas las actividades propuestas y a la vez integrarnos a la comunidad como si conociéramos todas sus costumbres y hábitos, pues tratamos de vivir igual que ellos, en el sentido que nos alejamos de cualquier apego tecnológico como una ducha, luz eléctrica, señal satelital, comida a la carta entre otros. Con el paso de los días se sentía la tranquilidad de estas tierras y el calor de hogar que esta gente nos brindó, a su vez el convivir con cada uno de ellos, desde el más anciano “Caracol” hasta el más joven trajo aprendizajes imborrables, logrando un verdadero intercambio de saberes.

 


Durante el retorno, cruzando por primera vez el ancho y extenso rio meta, mientras amanecía se empezaban a ver detalles luminosos sobre el gran cuerpo de agua, un panorama que me hizo reflexionar, pensaba que haber estado en este lugar es en parte la limpieza del espíritu y el alma que como seres humanos necesitamos, ver el reflejo de gente luchadora que trata de no quedarse detenidos en el tiempo, si no en la búsqueda continua de superación demostrando como pueblo indígena, que pueden sobrepasar la tentación que trae el nuevo mundo para mantener vigente su cultura. La sensación de lograr la aventura planeada y a su vez encontrarse consigo mismo permite a la mente entrar en límites inexplorados, el sentimiento de diferenciarse entre un humano cualquiera, pues ahora, junto con mis compañeros de expedición somos el puente entre lo ancestral y lo actual. Que a su vez mantiene vivo el reto sembrado, una parte de nuestro cerebro guarda el recuerdo de cada rostro, cada historia y cada emoción que los habitantes del Gavilán Pascua nos regalaron con la mayor sencillez, sin esperar nada a cambio. Ahora existe un compromiso tan fuerte como lo es el oxígeno para los seres terrestres. Nuestro proyecto es ahora un musculo que guarda memoria para trabajar por siempre, pero sobre todo entendiendo la realidad que afronta esta comunidad indígena, que no debe ser vulnerada ni modificada.