«Debes amar el tiempo de los intentos,
debes amar la hora que nunca brilla,
y si no, no pretendas tocar lo cierto”
Silvio Rodríguez
Aún no sabemos, ignoramos mucho, conocemos más bien poco. Pretendemos quizá no tener que saber, salvarnos de la fatiga del pensamiento, de la angustia de la razón. Fantaseamos con empezar por el final, y que el mundo se nos acomode a nuestro paso: que los escalones giren como un rueda de molino bajo nuestros pies, que los segundos pisos se conviertan en primeros mientras simulamos ascender, como un cuadro de Escher, sintiendo esa falsa sensación del movimiento que reposa en las voluntades que aún no han salido a batallas, ni mucho menos conocido el fracaso real, tal vez por el bienestar con el que nos arropa las minucias del éxito que se goza en las pequeñas burbujas de la vida cotidiana del espectáculo y la banalidad.
Profesionales Amigos siempre ha sido un sueño que soñamos despiertos. Pero Colombia no es un sueño, es una insoportable realidad preñada de futuro y con un trabuco por dentro que se nos muestra como invencible. Profesionales Amigos siempre ha sido un proyecto apasionante, que despierta nuestras más vivas emociones y nos hace sentir invencibles. Pero esta pasión, estos sueños, ya han tenido que enfrentarse a “las condiciones objetivas”, al muro de hielo de la cultura fosilizada, de la corrupción, de la violencia encarnada, de la banalidad del mal. En muchos momentos pensamos que los obstáculos sólo hacían que nuestra labor fuera más virtuosa o heroica, y los consideramos como accesorios, incluso ornamentales; “ya pasarán” nos decíamos, y mientras tanto nos imaginábamos que llegábamos al corazón de las cosas y los fenómenos. La realidad se encargó de señalarnos que muchos de esos “obstáculos” no eran accesorios sino constitutivos. Que el corazón de las cosas y los fenómenos tenía mucha relación con eso que impedía el funcionamiento de proyectos, la cohesión social, la justicia, la vida mejor.
Así pues, constatamos que las buenas intenciones se ponen a prueba en la tiranía de lo real y la nube de los desánimos nos cubrió. Teníamos de donde agarrarnos, pues la esperanza y esos principios sobre los cuales fundamos este sueño nos sostuvieron, aunque no se pudo esquivar el dolor. ¿Qué comprensión debemos tener de los obstáculos, los problemas, las dificultades? ¿Qué hacer cuando no funcionan las cosas, cuando nada parece andar? Pues bien, tres respuestas se nos han ocurrido a lo largo de este camino:
La primera es que hay que replantear las estrategias. Es la más lógica, pues siempre podemos estar equivocados, estar haciendo algo mal. La segunda, es que hay que esperar que se reúnan las condiciones objetivas, a que la gente esté mejor organizada, a que deje de llover, o que tal o cual persona decidan no sabotear más los procesos. Pero no es en las dos primeras donde me quiero detener sino en la tercera, que apareció con una claridad determinante después de este viaje de julio al Vichada.
La tercera, es que hay que amar estos obstáculos, estas dificultades. Debemos aprender a conocerlos, a no rechazarlos de plano, a conocer la “arcilla que va en tus manos y amar su arena hasta la locura”. Estamos en el tiempo de los intentos, tiempo que tarda y en el cual hay que abandonarse. Estamos aprendiendo, conociendo mejor la realidad, a las personas, a los grupos con los que trabajamos y sobre todo, a nosotros mismos. No hay por qué desesperar tan pronto, ni claudicar cuando apenas empieza todo. Estamos tomándonos el tiempo para investigar, para pensar, y mientras actuamos, ir comprendiendo todo con paciencia y calma.
Y si no, no pretendas tocar lo cierto.