Cuando preparaba mis pertrechos para ir por primera vez a Los Llanos, una región que muchas veces había encontrado en textos, imaginada y descrita como un territorio agreste, áspero y con sabor a barro, me encontré con la imposibilidad de concebir un horizonte llano sin fin. Sin embargo, al verlo, lo sentí inexplicablemente familiar.
El horizonte, aunque infinito, no resultaba abrumador, sino que me acogía como si siempre hubiera pertenecido a este lugar. Las llanuras parecían susurrar canciones en un lenguaje que no entendía, pero que, curiosamente, sentía como propio.
Autor,
Andrés Figueroa
Licenciado en Ciencias Naturales y Educación Ambiental
Este texto es una reflexión personal sobre la experiencia vivida en el marco de la formación de Promotores Ambientales en el Resguardo La Pascua.
