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Crónica de regreso

Escuchando la última serenata brindada por los animales del resguardo,    percibí un ambiente de tristeza por dejar la tierra que nos abrió sus brazos con tan amable   trato; esperando el transporte y concentrados en disfrutar el poco tiempo que nos quedaba allí, nos detuvimos a    observar  la imponente  bóveda celeste  que  reposaba  sobre nuestros ojos, la cual nos  atrapo con un despliegue de estrellas fugaces, sintiendo que cada una de ellas marcaría  nuestros sueños y deseos en el espacio.  

Llegó el campero   que nos llevaría al Municipio de  Primavera, era real, nos estábamos despidiendo de un lugar  del cual no queríamos partir, en él se quedó una parte  de mi ser.  Camino a Primavera, me sentía en un rali, el conductor era un gran piloto al manejar por esas trochas de nuestro llano. Pronto amanecería, el último amanecer  adornado con diferentes animales, donde  planeaban a nuestro alrededor  aves   que guiaban  nuestro destino desde lo aires, para luego llegar a una contaminación visual producida por los monocultivos, que arruinarían mi sentido aventurero; ya no estaba en un Safari, los “bienes Públicos destinados al servicio del  bien privado”, una carretera se encontraba frente a nosotros, con una placa del Municipio de Primavera, en esta reposaba una hermosa ave. Terminados los cultivos, empieza el rali, con un regalo para nuestra despedida,  una  serpiente de colores vivos, se encontraba en nuestro camino, llamando mucho nuestra atención y respeto, pero fue  un regalo, como es arriba, es abajo, como si la llanura nos hablara.

Después de tres horas y media de camino, finalmente llegamos  a nuestro destino, un pueblito que mostraba empuje y desarrollo, con carreteras pavimentadas, variedad de comercio, hoteles   y una gran riqueza de bares y billares. Nos alojaríamos en un hotel, el cual llamo mucha nuestra atención, ya que su diseño fue muy particular, se encontraban pequeñas palmas de moriche en un su jardín. Acomodados en el hotel,  iríamos al mejor restaurante de ese municipio, Witzara, honor al nombre del Vichada, que en lengua nativa es Witzara, paso de la llanura a la selva.  Allí disfrutamos de un suculento  desayuno,  con la mejor compañía y atención. Terminado el desayuno, tomamos un descanso  para recargar energía y conocer este misterioso y bello lugar. Después de mediodía y de un merecido descanso, nos enfocamos en encontrar un restaurante para almorzar, pero luego de dar un paseo por el pueblo, no encontramos uno de  nuestro agrado, así que regresamos al Witzara, compartiendo un nutritivo almuerzo, que nos haría recordar  los sabores de la capital.

Reconociendo el pueblo nos dirigimos  a concretar los pasajes en lancha para llegar a Puerto Gaitán, misión que fue un éxito con otra empresa, no con la que habíamos reservado nuestros pasajes; ahora nacía la noche y con la muerte del día se  observamos cómo se reunían   diferentes especies de aves que cantaban como ángeles irradiando una paz y serenidad a nuestros corazones que nos  condujeron  al rio para allí observar el atardecer,  el cual  nos atrapo con su reflejo en el agua. Cada uno se escucharía a sí mismo, reflexionando por la experiencia personal vivida  en el Witzara acompañada por un noble grupo. Iluminados por la luna que y  las luces navideñas, compartimos un abrazo con una ensalada de frutas y bebidas, para ir a descansar ya que nos esperaría otro día más de viaje con madrugada abordo.

El día empezó también con un cielo estrellado y  abierto para nosotros ya que en el pueblo se había ido la luz. Las maletas estaban listas, donde por mi ignorancia empecé a caminar hacia  la empresa en donde compramos los pasajes, pero para mi  sorpresa nos esperaba una camioneta para transportarnos a la Bodega; el Puerto  se encontraba a veinte minutos en carro, todos se rieron de mí contagiándome la risa, para iniciar un día con buena energía. Estando en  el Puerto denominado la “Bodega”, empacamos  las maletas y nos subimos a la lancha; todo en paz y listos para arrancar, tuvimos la mala fortuna de estar acompañados de borrachos, que interrumpirían la paz lograda, arrojando latas y basura al rio, con constantes paradas para que ellos pudieran hacer necesidades fisiologicas, pero después de meditarlo, pensé que los comportamientos de otras personas no tendrían que alterar mi paz; naciendo en mí una nueva sintonía de relajación en el medio, que se conectaba con el ruido del motor de la lancha y sus diferentes especies de aves albergadas en un bosque de galería  con variedad y riqueza de fauna y flora; Luego de cuatro horas de camino el bosque sentía  un fuerte impacto ambiental; alojando una refinadora de aceite de palma en él, ya no sentí rabia, o tristeza, pensé en el modo de cambiar las cosas, desde el ámbito ambiental y productivo aprovechando la experiencia recogida en el resguardo. Estando en Puerto Gaitán, tomamos el  primer bus con destino a Bogotá, teniendo un momento para comer algo, antes de arrancar a nuestro destino final,  con un viaje agradable y cómodo, donde fijamos compromisos y una reunión para el martes.