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Bajacora Tajamonae!

“Echan la mezcla acuosa en el sebucán,

ancho cilindro de hojas de palma retejidas

cuyo extremo se retuerce con un tremojo

para exprimir el almidonoso jugo de la rallada”.

La Voragine.

Quisiera tener una tirita roja para recordar todos los detalles que no logré consignar en la libreta de apuntes o en el cuaderno maltrecho que llamamos diario de campo, el mío pretenciosamente es una bitácora de vuelo. El jueves 26 de Noviembre a las dos de la mañana salimos para la terminal de Bogotá (el frio congelaba la sonrisa). Viajamos tres horas para llegar a Villavicencio, allí abordamos una avioneta de cuatro puestos, algo así como un taxi volador, cuando se elevó sentí estallar el corazón de pura alegría, estuve tan cerca de las nubes que creí que podía lamerlas. Aterrizamos en una extensión de tierra donde el límite parece el cielo.

¡Bajacora Tajamonae!, fueron las palabras que iniciaron nuestro encuentro con el resguardo Gavilán, un resguardo que tiene la calma del llano, un resplandor luminoso pareciera desprenderse del cielo.

Después de visitar algunas comunidades entre el asombro y la gratitud nos recibía Don Antonio con un buen café y un “por favor pasen al comedor que ahí mi señora les tiene alguito de comer”, finalizábamos la jornada mirando al cielo vestido de fiesta.

Una mañana partió con su alegría y calidez José Garrido, se llevó sus palabras acertadas y lógica de mago, al día siguiente comenzó el trabajo con la Asamblea de Mujeres, sentí que estaba ante la presencia de mujeres que se escuchan con sentido del humor y entre risas celebrando el no entender para después celebrar entender. Me robé unos cuantos trucos de mis dos amigos para iniciar el aprendizaje de mujeres que no luchan por “mi lugar”, “mi tendencia”, “mis anhelos”, ni por los otros “mi” con los que me he enfrentado tantas veces cuando tratamos de construir algo. Así que no tuve que poner los cimientos de “nosotras”, reímos, guardamos silencio, escuchamos, hablamos sin ser protagonistas y fuimos un tejido de ideas e ideales más que una Asamblea de Mujeres. Fuimos un cúmulo uniforme de diferencias: un verdadero equipo tejiendo con lanas de colores los sueños que debemos concretar.

Asistí a un partido de fútbol el cual hacia parte de la programación final, me sorprendió no ver árbitro, no lo necesitaban porque era una fiesta entre amigos, los gritos de gol apenas si eran importantes, lo importante en esa cancha de tierra amarilla y porterías de palos y piedras era el juego. Todo el resguardo presenciaba con alegría la danza multicolor de los pies.

Bailé, al menos lo intenté, pero mis pies se negaban a coincidir con un maestro que insistía en un paso corto acoplado a los compases breves de una música que, al igual que el rio, fluía como si fuera eterna. Ese eco eterno se mezcla ahora en mi memoria con los remolinos de las palabras suaves de un idioma incomprensible, que sin embargo me transmitía (igual que el murmullo del rio) una paz inmensa y a la vez la certeza de su profundidad y mi desconocimiento de su completo sentido.

No tengo una tirita roja, ni un traductor o algo parecido que logre descifrar lo que se ha quedado grabado en mi, si existiera un descifrador de esas sensaciones, emociones y sentimientos de seguro harían de este un escrito extenso, pleno del color, plagado de los sonidos del Vichada y arrullado en las almas calmas y suaves que habitan el resguardo.

A Álvaro y José les agradeceré por siempre estos instantes, la fugacidad del atardecer entre amigos, la risa esparcida en torno mío, el aroma de la alegría mecida entre el café y las estrellas. Gracias a ustedes anduve sobre pasos que creí perdidos, reconocí las tonadas olvidadas de los seres soñadores, tenaces y capaces de dejar la intangiblemente grata certeza de otro mundo posible.