Experiencia en Resguardo La Pascua – Vichada 2024
Arrancamos bajo el manto de la noche,
desde la ciudad central, caótica y fría,
hacia un lugar que prometía ser muy distinto,
un destino cargado de misterio y esperanza.
Éramos pocos, viajando en un bus
lleno de risas tímidas y silencios expectantes.
La carretera serpenteaba bajo las sombras,
y el amanecer nos encontró frente al río Meta,
cuyas aguas nos abrazaron, serenas y profundas,
guiándonos hacia el corazón del Vichada.
Lanchas y camionetas nos llevaron más allá,
hasta la tierra roja del resguardo,
donde la arena, aunque infértil,
resguarda siglos de historias en su piel.
Ahí conocimos a Mariano,
un anciano cuya voz, primero tímida,
jugaba con los hilos de su mochila,
recordando su historia con ojos esquivos.
Nos habló de un tiempo
en que su humanidad fue negada,
amansado como si fuera bestia,
por el simple hecho de ser indígena.
Pero su voz se alzó como el viento,
corrigiendo a los jóvenes,
hilando recuerdos con firmeza,
mostrando que la memoria es un arma,
y la escucha, un acto de resistencia.
Los ríos, transparentes como espejos,
nos enseñaron que la claridad no es simpleza,
que en sus aguas limpias descansa la vida,
y en su fluir, la esencia del territorio.
La arena roja, testigo silente,
nos recordó que la tierra puede ser dura,
pero fértil en sueños y planes compartidos.
El resguardo no es solo un lugar,
es un latido ancestral,
y su tierra, árida y fértil en espíritu,
habló de campesinos y planes futuros.
Y entendimos:
que la sabiduría ancestral es semilla,
y la naturaleza, nuestra aliada eterna.
Luisa Olivares Bermúdez
Magíster en Planificación y Gestión Territorial y Arquitecta
Este texto es una reflexión personal sobre la experiencia vivida en el marco de la formación de Promotores Ambientales en el Resguardo La Pascua.
